La riqueza de ser padres

En el mundo consumista del siglo 21, el prestigio de los hombres y las mujeres está generalmente ligado a su éxito económico. Quizás por este motivo, hoy en día el trabajo es la principal fuente de satisfacciones para ambos y, como las obligaciones como padres interfieren con la realización profesional, es fácil olvidarnos de las inmensas satisfacciones que se derivan de la vida familiar.

A pesar de que formar un hogar estable y amable exige grandes esfuerzos de parte nuestra, criar a nuestros hijos es la experiencia más enriquecedora y gratificante de nuestra vida… siempre que nos comprometamos de todo corazón con nuestras funciones parentales. Quienes esperan vivir las satisfacciones que acompañan la paternidad sin tener que lidiar con las interminables tareas, esfuerzos y cuestionamientos a que nos obliga, están perdiéndose la riqueza de este privilegio.

Concebir una nueva vida y dar a luz un hijo es la facultad más trascendente de nuestra condición humana y por eso es la tarea más enriquecedora y mejor retribuida que la de alimentar el corazón y el alma de esas criaturas que son “carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre”.

Sin embargo, como nuestra función como padres es capacitar a los hijos para que no nos necesiten y asegurarnos que tienen las capacidades para emprender su propio camino por la vida, ellos son motivo de dicha y de dolor, de paz e incertidumbre, de sueños y de decepciones. Pero, a pesar de los incontables desafíos que implica ser padres, los beneficios de la paternidad son mucho mayores porque no hay función que nos enseñe tanto a vivir para servir, amar y dar lo mejor de nosotros mismos que la crianza.

Pocas tareas son tan exquisitas como la de llegar a la cumbre de nuestra vida con la profunda satisfacción de haber sido padres que respondemos al llamado que nos hace la naturaleza de crear y nutrir la vida de nuestros hijos. Por eso, no hay una experiencia más enriquecedora y mejor remunerada –en términos de dividendos afectivos y espirituales– que el cariño, la confianza y la admiración de nuestros hijos resultante de nuestra dedicación y guía a lo largo de esos pocos años que están bajo nuestra tutela.

Por: ÁNGELA MARULANDA
Publicado el 13 de junio de 2016
Extraído del sitio ElColombiano.com

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